miércoles, 28 de agosto de 2013

Segundo

Me encontraba en el Hipódromo. Es perfecto para ver a las personas, para perder un poco de dinero y estar emocionado, solo, gritando, sin que nadie lo mire a uno como un desaliñado, en un lugar así la compañía es secundaria. 

Es hermoso el camino hacia Palermo, en verano o en invierno, caminar desde la Plaza Italia o cualquiera que sea el lugar de residencia, no hay que madrugar demasiado, se puede llegar al medio día y apenas las carreras están empezando, se pasa por avenidas amplias, cuadras que no terminan, templos árabes y hasta la cara de Gardel con caballos en el fondo, como si él los estuviera animando o cabalgando. Era el segundo día que iba, no tenía mucho tiempo en la ciudad y había que aprovecharlo. El primer día había ganado como 100 pesos, o ya no recuerdo bien, ahora acudía con el ánimo de gritar un poco, de observar a las personas, a los animales, a los apostadores, a los desaliñados y a los burgueses, a la pista, la arena, la pantalla gigante, al narrador que nunca le entiendo y los símbolos amarillos del lado del resultado que nunca he sabido lo que significan. Ganar o perder solo eran dos cosas más que habría. 

Estaba solo y no necesitaba a nadie, lo que no implica que no quisiera compañía. Había visto las dos primeras carreras, sin apostar, y a la tercera decidí ir con poco dinero, perdí, seguía fumando y arrepintiéndome de no haber traído al menos una botella de agua, o un encendedor para no estar pidiendo candela, todo en el Hipódromo cuesta mucho, tenía dinero o para apostar o para beber algo, aposté y lo perdí casi todo. Las mujeres lucían diversas, hermosas, semidescubiertas al verano, unas solas, la mayoría acompañadas, algunas llevando niños en brazos, otras apostaban solamente para encajar con su marido, o con su pareja, o con quién sea que estuvieran ahí, algunas, solitarias, fumaban y lo apostaban todo, yo estaba encantado. Pensaba en ti, y en que seguramente no te gustaría ver cómo las personas se divierten a costa de unos cuantos animales, que van encima de unos pobres caballos, para llenar de gloria a algún regordete con establo, y a la vez, sacarle el poco dinero, a los parroquianos comunes que se sientan en la grada que no cuesta, como yo. No tiene sentido, pero ¿cómo sería si todo lo tuviera?. 

Apareció Manuel, recordé que le había dejado un mensaje contándole que estaría en el Hipódromo, no pensé que llegara pero llegó, y nos encontramos a la antigua: sin llamar al celular ni nada de eso. Comencé a explicarle lo poco que sabía del asunto, cómo y en dónde se apostaba, él quería conocer más el lugar por el lugar que por apostar, pero para conocerlo también toca sentir la emoción de perder algunos pesos. Vimos una carrera y enseguida fuimos a apostar para la siguiente, le apostamos a caballos diferentes, él no estaba muy seguro, yo sin decir una palabra, alardeaba para mí mismo el haberlo hecho antes, y como debió ser, él ganó y yo perdí. Fue emocionante, le expliqué que si el caballo 8 hubiera llegado tercero en vez de segundo y el 12 igual hubiera ganado, me habría ganado como 80 pesos, creo que se lo expliqué más para que me creyera que la vez anterior había ganado, por esas inseguridades mías y para no quedar como un charlatán, aunque en perspectiva, estaba usando la charlatanería para no quedar como tal. Apostamos varias veces, e incluso, en una de las ocasiones que Manuel ganó, se ofreció a compartir sus ganancias conmigo, para que yo pudiera seguir apostando, no acepté, debía tener buena cara de aburrido para que él se ofreciera a tan generosa acción. Mientras él ganaba, yo, resignado a no perder los últimos pesos, solo lo acompañaba en la emoción de la carrera, me tomaba su coca-cola, y hacía analogías absurdas con el nombre de los caballos y mi vida. Incluso, le aposté por último a un caballo en una carrera donde sólo había una jinete mujer, y su apellido era casi igual al tuyo. Le aposté a primero y llego de segunda, Manuel le había apostado a segundo y se ganó un par de pesos. En los caballos, no solo el que llega primero es el que gana.

Melancólico y derrotado salí de allí con Manuel, era probablemente la última vez que lo vería, al igual que al Hipódromo, que tan bien me había tratado. Seguía aburrido pero no sólo por haber perdido plata, me entró la nostalgia de dejar la ciudad, a algunos amigos y a algunas ilusiones. ”Vamos a tomar unas cervezas”, dijo Manuel para subirme el ánimo, “Yo invito, con las ganancias”, yo sabía que él ya no acostumbraba a tomar, así que ya ni me quiero imaginar la cara que tenía, acepté, tomamos el bus y nos fuimos a la Plaza del Congreso, donde nos estaría esperando su novia con unos amigos. 

Llegamos a la Plaza, fui a la Residencia que quedaba a unas cuadras para sacar algunos pesos, las ganancias de Manuel eran suyas. Nada peor que llegar a un grupo de desconocidos cuando ya están reunidos. Yo ya conocía a la novia de Manuel, la saludé y ella se encargó de presentarme a sus amigos; Andrés era un tipo de gafas, muy amable, hablaba mucho pero decía cosas interesantes o al menos divertidas, Jorge era un tipo callado, mucho mayor que yo, estaba Eva, que en un principio solo me interesó por su vestido gris, se le veía muy bien, y finalmente estaba Ricardo, un tipo bajito, con el pelo largo, la espalda recta, y una postura que no se me podía asemejar a algo diferente que Johnny Bravo, además usaba una camiseta negra.
Después de una no tan breve deliberación fuimos para la casa de alguno de ellos, ya ni me acuerdo de cual, en el bus, Eva me habló, yo ni siquiera había notado que era española, pero arrastraba la C, la S y la Z de una forma encantadora. No me había tomado ni la primera cerveza, ¿cómo esperaba poder hablarle o decir algo interesante?, intenté preguntarle cosas para que hablara de ella misma, generalmente eso funciona, a la gente le encanta hablar de sí misma, pero a Eva eso no le parecía interesante, o suficiente, porque a pesar que ella fue la que me habló en un primer momento, parecía no querer hablar de sus cosas, y yo no tenía mucho por decir, así que después de un par de silencios incómodos comencé a contarle la experiencia que habíamos tenido esa tarde con Manuel, me sentía estúpido, e intentaba que no sonara muy pretencioso o adulador, ella pareció interesarse un poco, me dijo que había ido alguna vez y que le parecía interesante, aunque no le gustaba que se aprovecharan de los animales. 

Llegamos a la casa y se integró todo el grupo de nuevo, hicieron arroz con albahaca y tomates para comer, yo ayudaba en lo que podía y bebía cerveza para hablar un poco más fluidamente. Miraba a Eva y me gustaba cómo se movía, cuando hablaba se expresaba también con las manos, y solo de vez en cuando se acomodaba sus rizos porque en verdad la llegaban a incomodar, no quería hacerse notar, Ricardo no dejaba de hablarle, era un imbécil, pero se parecía a Johnny Bravo, yo no tengo nada que hacer al lado de eso. Ella resultó ser periodista, había vivido en Brasil y Argentina los últimos 3 años haciendo reportajes para España, según ella no le pagaban bien, pero le daba para poder vivir tranquilamente, yo escasamente estaba viviendo de unos ahorros y de la ayuda que me mandaban mis padres. Qué miseria. Cuando el arroz estuvo, todos se mezclaron de nuevo para servir y para comer, yo me quedé con mi plato, discreto, escuchando lo que decían las demás personas, no tenía muchas ganas de hablar, aunque no me molestaba estar allí. Escuché a Ricardo hablándole insistentemente a Eva, en un principio yo la estaba viendo a ella, luego fue inevitable escuchar lo que él le decía, que no era muy lejano de esto; “A mi no me gusta decirlo, porque algunas personas son un poco susceptibles con el tema, pero me encantan los toros, es como cosa de familia, mi abuelo participó en algunas corridas, no es solo algo que me parece que está bien, sino que además sé mucho del tema, tu como eres española me debes entender”. Seguí comiendo mi arroz y quería huir después de eso, pero la respuesta de Eva fue contundente; “Esa fue una de las razones por las que me vine de España, odio los toros”, y él respondió; “Hay que aprender a comprender el asunto”, yo no quise seguir escuchando y me puse a hablar con alguien más de algo. 

Entradas un poco más las copas, decidieron que sería buena idea empezar un club de lectura, la idea me pareció absurda, pero más aún porque yo me iba y me daba un poco de envidia. Así que Andrés leyó un capítulo de “Diarios de Adán y Eva, de Mark Twain”, yo la verdad ni lo conocía, me pareció interesante. Luego de un rato la actividad se estaba volviendo monótona como era de esperarse, no era una actividad para estar bebiendo, aunque Eva, interrumpiendo y huyendo de su pretendiente taurómaco, decidió leer el último poema de un libro que llevaba ojeando un rato, se trataba de Platónico, de Bukowski. 
Yo quedé idiotizado, no sólo porque me gusta el poema, sino por la forma en que lo leyó, con ese acento, arrastraba las palabras y hacía las pausas necesarias, hubiera querido que leyera el libro entero. Luego se sentó a mi lado y me dijo pasito en el oído; “para ti que os gustan los caballos”. Hoy es el día que todavía no lo creo, o por ahí lo inventé en mi cabeza y ella leyó otro poema distinto, pero debiste verme, comencé a hablarle como solo lo había hecho contigo, fluía la conversación de una manera increíble, yo le hablaba de lo poco que era y a ella le gustaba, le decía lo que odiaba del mundo y lo mucho que amaba esa ciudad, y ella parecía comprenderlo, incluso comenzó a hablar de porqué estaba allí y cual era su idea para seguir viviendo en Suramérica, yo tenía un buen comentario para todo, la hacía reír cuando podía, su sonrisa no era linda pero ella sí. Me pude acercar a su cuello y olerla más de cerca cuando bailamos, intentando guardar la cordura entre las copas y el humo del cigarrillo, perdí la noción del tiempo, íbamos y veníamos, hablábamos con más gente, bailábamos con más gente, pero siempre volvíamos de cierta manera a hablar de algo en el sofá, yo con una sonrisa de imbécil, alcohólicamente justificada. En un momento me habló de su prometido, me dijo que llegaba en unos días a conocer Argentina para ver si se animaba a quedarse con ella, yo me imaginaba una especie de Antonio Banderas que venía a intentarlo solo por ella, lo tomé con normalidad, como debía ser, incluso hice algún comentario a su favor, ella también estaba ebria y no quiso hablar más del tema. 

Subió la mañana y era hora de partir, todos comenzaron a irse, o a quedarse dormidos en algún lado, yo apenas le pregunté a Manuel cómo salir, él me indicó que estaba abierto y se despidió con un abrazo, Eva ya estaba medio dormida en el sofá, yo me acerqué para despedirme, ella se despertó un poco y me preguntó si iba a ir a la fiesta de año nuevo que estaban organizando con ése mismo grupo de gente, le conté que en un par de días me iba de la ciudad, ella se acercó y me dio un beso en la mejilla, luego me miró y me dio uno en los labios, yo intenté besarla pero ella suavemente retrocedió, sonreí y le deseé suerte en todo, finalmente se despidió diciendo; “Ojalá podáis ir a la fiesta, recuerda que no siempre el que llega primero es el ganador”, sonrió y siguió durmiendo. Salí a la calle y esperé el bus, me pareció corto el trayecto hasta la Residencia, no volví a ver a ninguno de ellos.