miércoles, 23 de octubre de 2013

¿por qué nunca estás despierta a las 3 de la mañana?


¿Qué posiblemente puede salir de un escrito hecho por obligación?, pensé que salir sería mejor que quedarme en casa de nuevo, en esta habitación, ya me sofocaba y necesitaba aire, necesitaba gente, necesitaba corroborar que el mundo seguía allí y que las personas seguían siendo tan absurdas como siempre, simplemente salí aquel día para comprobar que estar acá dentro era mejor, a veces necesito saber por qué el encierro, aunque tortuoso, guarda más coherencia y relevancia que cualquier otro plan.

Había un cumpleaños y una despedida de un apartamento. Primero uno y luego lo otro. 

Fiesta de cumpleaños: padres intentando festejar su propia vida celebrando haber tenido un hijo tantos años atrás, pasteles, comida, caras tristes, almas aburridas, una persona en medio del resto sonriente, muy pocas veces sinceramente pero la mayoría del tiempo nostálgica por la razón que sea. Está distraído entre saludos y cordialidades con gente que ni siquiera ve todo el tiempo, que ni siquiera importan generalmente. Llegan los aplausos y la sorpresa, las ganas de estar feliz, de sentir que realmente es una fecha especial, desde que se levanta en la mañana siente que todo debe ser distinto y que mucha gente que normalmente no se acuerda de él ése día tiene que hacerlo, luego llega la fiesta, donde finge sorpresa y admiración, siendo que las variaciones entre cada año son mínimas y en el fondo la nostalgia por una vida desperdiciada puja por salir, por irse solo, sentarse a llorar o clamar por piedad para poder cometer un suicidio, inútilmente pensando en no hacerle daño a los que lo rodean, que son unos egoístas. Todo sigue su rumbo normal, la rutina del que cumple años, hasta que comienzan a cantar. Mientras todos entonan una canción, en otro idioma generalmente, la persona no sabe como reaccionar y son los segundos más angustiosos de todo el día, todos cantan mirándolo, o viendo las velitas del pastel, él no sabe hacia donde dirigir la mirada y ve las velas también, las cuenta, se acuerda de la niñez por el olor a torta, piensa en lo miserable que han sido últimamente los años y lo poco bien que lo ha tratado la vida de una forma u otra, pero le toca sonreír y entonces ruega porque la maldita canción culmine rápido, por poder hablar con alguien o irse a dormir rápidamente para escapar de ese día y olvidar que nada tiene sentido, tal vez a la mañana siguiente, cuando encamine de nuevo su “otra” rutina, piense en los propósitos que se trazó y crea que algún día los va a lograr, pero sin avisar llega de nuevo el macabro día del cumpleaños y todo empieza de nuevo, o termina de nuevo. 

Sentí un cierto ánimo y calma al estar en un cumpleaños que no era mío, sabiendo que ese día estaré solo en mi habitación llevando mi vida normalmente.

Después del cumpleaños la despedida. Era la despedida de un apartamento, me pareció interesante el concepto; despedirse de un lugar que lo ha albergado a uno por algún tiempo y que ha sido la base para vivir diversas experiencias. Pensé en lo mucho que me gusta el lugar donde vivo y en la gran despedida que le haré el día que me marche. Pero estas personas no estaban realmente despidiendo el lugar, simplemente lo tomaron como excusa para hacer una fiesta e invitar a mucha gente, allí solo conocía a tres personas, todo el resto decía cosas como; “fumemos bareta y si los vecinos se enteran no importa porque ya nos vamos”. En un momento pedí un cenicero, y la respuesta fue; “No importa si caen las colillas al piso, o si los vecinos se enteran que estamos fumando, porque ya nos vamos de acá”. Pensé en lo pobre de todas esas afirmaciones, ¿cómo es posible que un lugar en el que uno ha habitado se trate diferente solo porque uno se va de allí?, pensé en la muerte, es lo mismo que las personas que se enteran que van a morir y comienzan a hacer de su vida lo que no ha sido, a llamar a los amores perdidos, a comer las cosas que se han reprimido por una razón u otra, a probar todo tipo de drogas, a viajar y gastarse el dinero solo porque se enteran que van a morir. Es como no haber vivido nada, si me gusta tirar las colillas sobre la alfombra lo hago desde el primer día y no espero hasta el último, si quiero hacer ruido y fastidiar a los vecinos lo hago y me fastidio mutuamente con ellos desde el primer momento, no espero a que se pongan de mal genio por el ruido para simplemente excusarme diciendo; “ya nos vamos a mudar, disculpe, no volverá a pasar”. Se me ocurría una gran comida, cerveza o quizás un vino, un habano y muchos placeres pequeños para despedir mi hogar cuando tenga que partir de ahí.

No quería bailar, ni quería conocer a nadie más, solo quería ver a las personas, o quizás si quería conocer gente y relacionarme a fondo con ellos, ver hasta donde podía tener tema de conversación y desear con muchas ganas volver a mi habitación renovado para no querer salir más en varios días. Fue agradable estar allí sentado, observándolos simplemente, bebiendo una cerveza, solo crucé palabras con dos personas que no conocía, ambos terminaron hablando de sí mismos, de lo que hacían en la vida, de sus proyectos, de obras de baile y de teatro, como si fueran importantes, o quizás lo eran, pero ellos le quitaban la importancia alardeando de eso. Recuerdo una mujer hermosa, que me acordaba de ella, tenía el mismo peinado y la misma contextura, bailaba frenéticamente pero solo compartía con su estúpido novio, que para nada tenía que conocer para saber que era un estúpido, la observé descaradamente toda la noche, quizás ya un poco ebrio, esperando que me dijera algo o él o ella. No pasó y estaban tan enamorados que quizás ni se dieron cuenta que la observé todo ese tiempo, yo seguía recordándola y pensé que quizás ella también estaría con alguien a esa hora, o no, o quizás estaría sola en su casa durmiendo, o bebiendo sola en su habitación, tenía que descubrirlo, ¿qué estaría haciendo?.  Me despedí rápidamente y emprendí el camino a mi adorada habitación, que por fortuna no quedaba muy lejos de ahí. Llegué sin hacer ruido, me interné en el paraíso, me senté en la silla reclinable, prendí un cigarrillo con la luz de la calle y disfruté como nunca ese momento, encendí el computador y revisé los correos, como si hubiera algo realmente nuevo alguna vez, me conecté a todas las redes a las cuales me podía conectar solo para ver si por allí estaba, ningún rastro, pensé en mandar un correo, en llamar, en gritar, en llegar allá donde fuere que estaba, ¿qué acaso me estaba convirtiendo en uno de ellos?, simplemente le mandé un grito de auxilio por uno de esos medios, no contestó, seguro estaría durmiendo o en cualquier actividad que no implica comunicación, de cierta manera actúa mucho más coherente que yo, al menos no tiene que salir para corroborar que quiere estar adentro, simplemente disfruta lo que sea que haga, pero por fortuna casi nunca está despierta a las 3 de la mañana, al menos que yo sepa.

domingo, 6 de octubre de 2013

Mercado Central


La cumbia peruana entraba por la ventana, tenía discoteca gratis, me encanta no escuchar bien, que el sonido venga roto, distorsionado, sin mezcla, incluso mezclado con la música tropical de alguna de las otras tabernas de la cuadra.
¿Quién pondría un hospedaje entre tantos bares que incluso abren los domingos?
Quizás todos, cuando se extingue la música, vienen a dormir acá, junto a mi, los borrachos, los solos, los acompañados, las colombianas y yo ni siquiera me entero. Solo sigo aquí con mi Pisco.

Bastante particular aquella noche.

El estomago quería escapar al otro día, tenía dinero y por querer demostrar bastante no había comprado nada para comer el día anterior, ni siquiera agua, ni alguna bebida, solo tenía galletas dulces de días anteriores y ya no las quería. El agua de la llave no, eso solo empeoraría las cosas.

Salí, no pagué la habitación porque no tenía suelto, debía cambiar, comer, fumar en la Plaza de Armas y venir a reponer un poco. A las personas que me había comprometido a escribirles, tendrían que esperar un poco más, si es que estaban esperando. 

El Mercado Central. No hay lugar más bello en el mundo, los museos, las iglesias, los edificios históricos, se pueden ir a la mierda al lado del Mercado Central.

No existe belleza más absoluta, ver y oler todo ese pescado sobre improvisados cubos de hielo, que salen de la misma agua que antes no quise beber, toda la sangre, los cuchillos gigantes, los pollos colgando del cuello, las personas cabeceando del cansancio del trabajo, de la verdadera relación del hombre con la naturaleza. Ver esos delantales manchados, el piso húmedo, los mesones y las señoras con las manos sucias de sangre. No hay lugar más hermoso.

Y entonces, vi sus piernas. Si que me gustan las piernas, al estilo de cualquier cumbia, me gustan más las piernas que un te amo en la mañana, eso ni siquiera me importa, eso ni siquiera me interesa, pero esas piernas. Tenía un vestido azul medianamente ajustado, sus senos no eran excesivos, pero tampoco nulos, perfectos, su piel morena y su acento.

Yo lo único que quería era un ceviche de pescado. Me senté a su lado, eso me da un placer inexplicable, simplemente sentarme junto a una mujer bella, pedirle algo excesivamente trivial, como; “¿me prestas el ají?, ¿tienes la hora?, ¿tienes fuego?”, para mi el placer es que me respondan, que me miren, con eso me basta, no soy tan ambicioso, no me interesa conocer a las personas.

Ella comía vegetales y pescado frito, yo pedí de principio ceviche, que era mi objetivo inicial, pero no había, por ella me quedé y tomé caldo de pollo. De segundo pedí ají de gallina y tampoco quedaba, maldición, lo que uno hace por la compañía silenciosa de una mujer. Terminé comiendo arroz a la jardinera y huevera frita, que no tengo idea de qué es. Sus piernas, todo se trataba de sus piernas, le pedí el ají, que afortunadamente estaba más cerca de ella, me lo dio y me preguntó de dónde era mi acento, la verdad es que encuentro mi acento atractivo, aunque no tenga pruebas de que es así. Le dije que era bogotano, no fluyó la conversación como cualquiera hubiese esperado pero yo estaba contento, no necesitaba más que ese acercamiento. Vi que comía despacio, no le di importancia y acabamos al tiempo, después de un rato no sé de dónde salió esto; “Voy para la Plaza de Armas, ¿sabes cómo llegar?”. La maldita-bendita señora que preparó la comida se adelantó a decir; “Por la calle Huallaga  derecho, a cuatro cuadras llega”, ella, viendo no sé qué atractivo en mi dijo; “Yo voy para allá, si quieres vamos juntos”. 

¿Esas hermosas piernas, ese acento, esos senos preciosos envueltos en azul y yo andando por las calles de Lima?, no lo podía creer. 

Nos fuimos juntos, traté de hablar de lo mucho que me gustaba el Mercado en el camino pero a ella no le importaba, y a mi realmente no me importaba que lo supiera, me sentí como un idiota y seguí caminando o más bien su camino, sin decir palabra. Una vez llegamos a la Plaza de Armas me preguntó qué iba a hacer ahora, le dije que iba a fumar, a ver a los turistas pasar y a comprar unas artesanías para mis sobrinos. Que maldita estupidez, ni siquiera tengo sobrinos, pero se sentó a fumar conmigo.

Le dije que en realidad dos meses y medio antes ya había venido y que me ubicaba levemente, que todo era una excusa para conocerla, ella respondió que no había mucho que conocer, me excité y quise ver sus piernas más a fondo.

Me pidió otro cigarrillo y me dijo que me callara, que era la misma carreta que le echaban los turistas siempre, que había acabado con ellos y que no quería creer más en el amor. Le di el cigarrillo y se puso a contarme sus penas de amor, ojalá todo se hubiera quedado en el ají.

Pensé en despedirme e irme, pero sus piernas eran el bien máximo, no podría ver algo así en semanas, meses o años, intenté tomarles una foto pero no sirvió, me sentí degenerado, aunque nadie me juzgaba por tomarle una foto al Palacio de Gobierno.

Me acompañó a comprar las artesanías, todo el camino estuve mirándola, observándola, admirándola, deseándola, queriendo que no deseara a alguien normal, que hoy fuera bueno en la cama, que quisiera compartir con otras personas, quería que no quisiera un modelo. Yo quería un maniquí, por eso la escogí a ella, por sus dulces excitantes y radiantes piernas, pero no quería que ella viera algo más en mi. Yo también lo pensé, seguro a eso se dedicaba, ¿o no?, no iba a ver nada en mi. ¿Un Pisco?, aceptó.

Quise y toqué sus muslos hasta que se derritió y estalló de indiferencia, vertí las yemas de mis dedos sobre todo su cuerpo, hasta que ardieran y se cocieran con su sudor, después quise sentirme dios, y seguí subiendo, levemente, sentí su bello, veía su clítoris y solo quería besarlo, a esas alturas ya no importaba si yo era yo, si era él o aquél, ¿será que sus senos encajarían perfectamente en la palma de mi mano?, ¿será que todas esas señales al fin se traducirían en hechos concretos?. La miré a los ojos, y supe que el desierto sería mío esa noche, aunque nunca dejé de entender que el destierro sería lo único que perduraría de haberla encontrado.

¿Será que disfrutaría si mi lengua actúa como serpiente en su presencia?, ¿Será que mi vida era similar si conocía profundamente a esta mujer?. Solo quería besarla toda como nadie, ni siquiera quería ser poseído, ni siquiera quería que me correspondiera, solo quería que mi lengua fuera bien bienvenida en su Templo, quería que su piel estuviera por siempre ignorada por todos, pero no es así, solo era una zorra que regala sus fotos de siempre, sus fotos de piernas. 

Me enseñó que su amor no se compartiría, esperando, yo solo era yo y ya. Yo solo era yo sufriendo por unas piernas, era yo pero no era suficiente, yo era yo pero no es suficiente, puedo lidiar con la cumbia que entra por la ventana, puedo lidiar con la belleza de un Mercado Central, pero no puedo lidiar con un acento inca, que simplemente me pasa el plato hondo del ají.