viernes, 20 de diciembre de 2013

Estrategia


Ante la calamidad solo queda afrontar los hechos. Tampoco era terrible, unos días más en ese lugar, maravilloso, había que disfrutarlos. Tomé la bicicleta, ella se animó a ir conmigo. Al principio andamos a la par, después, y aunque no soy nada experto, ella se queda atrás y le cuesta seguir el camino, tropieza, cae, se levanta, pelea, se seca el sudor. Decide volver, no lo cuestiono y no interesa. Sigo mi camino, lento, pedaleo y ajusto los cambios a la subida, a la bajada. Un mirador increíble, los más privilegiados o los más cínicos viven allí. Paro, veo el basurero más fino y elegante que debe existir. Le saco una foto. Me pierdo en el paisaje, en las luces que aún no han encendido, la inmensidad, la totalidad, el hormiguero. Sigo recorriendo las fauces de los cerros, entro y salgo de bosques, montañas, planicies, laderas. Estoy agotado por la falta de costumbre, por la falta de ánimo regular, hay muy pocas cosas que me importan y casi todas me fastidian, pero esto no, este esfuerzo es válido, es lúcido, es innegable la belleza del momento, del viento, la música, las piernas y el culo que arde, el sudor. Se aproxima un puente. Si capturara el paisaje entero serían diez mil fotos angulares, cada una con un cambio de luz, con una temperatura de color distinta. 


Sigo a pie por unos metros, me acerco a un pequeño morro para tomar una buena fotografía. Se me escapa. Quién sabe si sí veré esas fotos después de todo. Esto no se puede retratar ni transmitir por ningún lenguaje. Quiero buscar una cerveza. Dejo el mapa tirado y sigo el camino a pie, después de pasar la subida retomo de nuevo sobre mi vehículo y pedaleo para que alcance el impulso para la siguiente, no es así y termino bajando de nuevo, ¿descansar?, no es una opción. Sigo una indicación a un bar, es bien exuberante, clásico. Soy el único cliente, una mesera me invita a degustar la cerveza, tienen roja, negra y rubia, pruebo la negra y la rubia. Me quedo con la rubia, pido un vaso mediano y tomo asiento junto a la ventana, en un instante me la traen, doy las gracias con un gesto, está helada y espesa, como nunca, como con nadie. De repente ya son tres, y las dos últimas más grandes. Salgo del lugar y monto en mis dos ruedas. Paso por lugares más conocidos, por acá ya he pasado antes, en otro momento, con otras personas, resulta que no siempre ando solo, y resulta que así me parece simpático. No le quiero sacar foto dos veces a nada. Paso derecho y omito ese mirador. Vuelven a aparecer los semáforos, las luces encendidas pero el cielo aún azul. Siento el mareo de la cerveza, el viento, el frío, los charcos, la luna ya brilla y el pueblo se fue a dormir temprano y a otra parte. Él se siente un poco mejor y ella, derrotada y aburrida, se ha dedicado a tomar fotos por todas partes. En un par de días partiremos, quizás yo me adelante. Lo valioso de estas enfermedades, es que te dejan el cuerpo intacto, apenas tienen que tocarlo para destruirlo. A recalentar algo y asumir el frío.